Galeria Horrach Moya
 
 
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Los espejos
Como un tragaluz inserto en la superficie del mundo, provocando una sensación equiparable a los boquetes de Fontana en el plano pictórico, como una misteriosa puerta de acceso a otra dimensión, este espejo que contiene otros espejos parece invitarnos a entrar en un laberinto de luz de resonancias bergsonianas que nos conducirá a un universo tenuemente familiar, parecido al nuestro pero que intuimos distinto, aunque sea por diferencias infinitesimales: los espejos nos devuelven el mundo, pero en forma de enigma. Como en la segunda mitad del film “Mulholland Drive” de Lynch, espejo deformante de la primera parte, como en el segundo acto de “The Secret Mirror” de Herbert Quain, reflejo enrarecido, kafkiano, del primer acto, al mundo invertido que nos acecha mas allá del cristal lo intuimos levemente monstruoso, con sus propias leyes, refractarias a nuestra intuición, a nuestra imagen del pensamiento... La inquietante noción de infinito asoma en las entrañas de este dédalo especular y de alguna manera lo torna amenazante... ello nos remite a la sentencia de un heresiarca de Uqbar que Bioy Casares halló en un tomo apócrifo de la enciclopedia británica : “El visible universo es una ilusión, un sofisma, y los espejos son abominables porque lo multiplican y lo divulgan”. Infinitos ejecutores de un antiguo pacto, los espejos -insomnes y fatales- prolongan el mundo en su telaraña vertiginosa... pero este espejo suma una complejidad más: su telaraña es de pintura.

 

O si se prefiere...


El lujo
La pintura al óleo nació, fruto de sofisticadas alquimias, para reproducir, en virtud de su prodigiosa ductilidad, las texturas de los objetos representativos del lujo burgués, como una herramienta novísima para ilustrar el poder del incipiente capitalismo, en el norte de Europa, en el siglo XV... La prodigiosa pintura “Los embajadores” de Holbein, con su abigarrado catálogo de objetos preciosos, incluyendo su calavera anamórfica en una extraña dimensión paralela, constituye uno de los máximos ejemplos de ello. Separado de las originarias condiciones que la auparon a su estatus de privilegio, la pintura al óleo ha derivado hoy en un medio inactual, pero tal vez por ello, extraordinariamente libre y recargado de sutiles potencias: un lujo lateral entre las prácticas más actuales del arte contemporáneo. Y es con este medio singular que en esta pintura del siglo XXI vuelven a reproducirse espejos -que nos devuelven otros espejos, cortinajes y “boudoirs”- entre una barroca maraña de archivoltas, boceles, cimacios y golas, muebles suntuosamente labrados, estucos, molduras... imagen de un lujo también de otra época. Estamos ante un extraño viaje al pasado, una fuga de la vertiginosa actualidad, pero sorprendentemente, el resultado de esta interacción, un interior anacrónico reproducido con un medio anacrónico, es una obra de una fascinante contemporaneidad, tal vez en virtud de inescrutables poderes inherentes al carácter extremo del arte de la pintura. O tal vez, por qué no decirlo, porque la mente del artífice del cuadro es radicalmente contemporánea y la obra -su espejo- de alguna manera la refleja.


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
     
 
 
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