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Los futuros
Como nacida de la conjunción de la luz y el gesto delicado de un pie descalzo, nos deslumbra la sensacional aparición de una mujer. La figura, etérea y a la vez con peso, con la fragilidad carnosa de una orquídea, despliega su exquisita pose en pleno centro de la razón universal. La imagen no nos desvela ningún sentido obvio, mas bien lo contrario, se muestra elusiva, pero enseguida intuimos la riqueza de futuros posibles que atesora. Como una bifurcación de múltiples ramales, la imagen es un umbral por el que se asoman diversos porvenires, una puerta abierta al fluir inminente de mil historias. Estamos ante una pintura de significación opaca que nos muestra un presente dilatado, un punctum temporis "especioso", riquísimo fragmento de tiempo que atesora no solo un bullir de devenires potenciales sino también el rumor de solapadas capas de pasado. Y el gesto inmóvil pero a la vez como en despliegue de nuestra protagonista-Alicia, o tal vez, Cenicienta- contiene el germen de todas las posibilidades y todas sus combinaciones: un vértigo de imágenes futuras, un torbellino de historias que se cruzan o divergen al infinito, un Aleph multidimensional de universos paralelos. De pronto, sentimos próxima una presencia que va tomando forma... es la presencia imponente de Leibniz: es su jerga, son sus palabras con lo que nos estamos expresando, o mas bien es a través nuestro, meros médiums, que su filosofía se expresa; es bajo el influjo de su cosmovisión que podemos decir que del frondoso entramado de mundos virtuales expandiendose exponencialmente que ya nos parece estar viendo-todos posibles pero incomposibles entre sí- solo uno se actualizará: el que atesorará una mayor riqueza en nuevas imágenes deslumbrantes, el más lleno, el más bello.
O si se prefiere...
La mesa negra
¿Dónde reside la trémula belleza de esta imagen? Arriesguemos esta hipótesis: En su aspecto frágil, que nos insinúa que toda configuración de lo visible es precaria, provisional y en constante peligro de disolución. Atendamos a este punto: el instante preciso en que algo que todavía es va a dejar de ser y conlleva ya en su propia configuración la amenaza de su desintegración, de su regreso a la nada. Es este un punto fascinante, inextenso y atemporal, casa habitual de la belleza. En esta pintura con un cierto aire de irrealidad-como de biombo, casa de muñecas o diorama-todos los elementos parecen mantener su delicada cohesión en relación a la mesa del centro de la imagen, como un sistema de astros pálidos gravitando alrededor de su estrella negra, que como una clave de bóveda, sujeta la fábrica luminosa de la imagen con su fuerza centrípeta e intuimos que su desaparición implicaría la desarticulación del entramado visible en un estrépito de caóticas partículas, en una lluvia de escamas de luz, en polvo de estrellas. Centro geométrico y metafísico de esta pintura, el objeto oscuro, de aspecto antropomórfico, casi carnoso, parece vibrar, latir... Tras ella, el espacio parece curvarse; el fondo de la estancia retrocede, deviene cóncavo, empujado por un extraño campo de fuerza... pero también en nuestra contemporánea concepción del tiempo asume la mesa su parte de protagonismo: ya sabemos desde que lo advirtiera Heidegger que el presente, el ahora, no es en sí una unidad de tiempo mesurable, sino el resultado de una presencia, del presentarse activamente del ente... y es obvio que este ente se presenta, se manifiesta, con una potencia desasosegante. Decía Courbet que conseguía que en sus pinturas las piedras pensasen... Esta mesa piensa.
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